Una mujer transporta víveres en una zona rural a las afueras de Kinshasa. La carencia de medios de transporte obliga a los habitantes de zonas rurales a recorrer largas distancias con pesadas cargas. |
Lo bueno de la vida es que se puede resucitar todas
las veces que quieras, tantas como tu cuerpo permita, tantas como la capacidad
de la mente para renovarse.
Ayer mientas recorríamos Kinshasa corriendo pensaba
en que siempre que haya ganas de mejorar se puede conseguir todo, incluso
cuando la situación te puede, te vence, te desanima, te cambia o al menos
intenta hacerlo.
Al principio del recorrido, cuando apenas
llevábamos 15 minutos, al lado nuestro pasó un convoy con dos Hummers, esos
coches americanos feos y caros que suelen pertenecer a gente con muy poco
cerebro y que recuerdan a esas limusinas horteras que recorren las capitales
del mundo con gente borracha dentro. Los coches iban escoltados por dos
patrulleras repletas de soldados congoleños, dos pick ups con hombres armados
tanto en el interior como en la parte trasera. Me contaron que era un General
del ejército congoleño, con muchos privilegios, con privilegios que ni siquiera
soldados de su mismo rango poseen. Aquello me hizo pensar que este país no
tiene remedio, que es imposible luchar contra esa marea de despropósitos,
contra esa falta de ética, de principios. Creo que solo a un estúpido se le
ocurriría pasear derrochando tanta ostentación y arrogancia por una ciudad que
cuando la recorres a pie y observas, hueles, escuchas comprendes la situación
de extrema pobreza que en algunos casos hay en Kinshasa. Cinco minutos más
tarde el poco espacio que me quedaba con esperanza, que no era mucho, se cubrió
de pesimismo. Seguíamos en nuestra ruta, corriendo, cuando pasamos junto a la
casa del mismo General. Soldados del ejército congoleño armados vigilaban la puerta.
Aquello me hizo detestar por completo las altas esferas de este país, la sola
idea de utilizar recursos públicos para fines privados y hacerlo tan
descaradamente me repugnó. Soy consciente de que eso se hace hasta en las
mejores democracias, el problema es que aquí ni siquiera se molestan en
esconderlo.
Esa primera parte del trayecto me llenó de
desesperanza al comprobar que este país necesita de un enorme esfuerzo para
intentar cambiar las cosas y no estoy seguro de que haya personas suficientes
con ganas de empeñar su vida en ello.
Lo bueno es que la vida siempre te da oportunidades
y lo hace con relativa facilidad, solo es necesario saber donde se encuentran e
identificarlas.
Después de haber recorrido tres cuartas partes de
trayecto y cuando justo íbamos pasando por una base militar, un soldado salió a
la carretera, pitó con un silbato y Kinshasa se paró. No entendía qué pasaba,
tenía que pararme yo también puesto que todo el mundo dejó de moverse. Coches,
peatones. La ruidosa Kinshasa enmudeció. Pasó de ser un caos frenético a una
ciudad tranquila y respetuosa. El motivo era que cuando el soldado tocó el
silbato se empezaba a izar la bandera de la República Democrática del Congo
dentro de la base militar y aquel simple gesto me fascinó, porque una bandera
había conseguido algo que pensé que jamás vería con mis ojos. Los coches
esperaban pacientemente y nadie hizo la más mínima señal de protesta. De
repente todo se ordenó, el tráfico parado, en fila de a uno. Los vendedores
ambulantes callaron y lo único que se escuchaba era el chasquido del carbón en
esos pequeños braseros que los congoleños utilizan para cocinar.
El motivo de mi resurrección o de la resurrección
de mi esperanza en que la situación en el país podría cambiar fue que solo hay
que encontrar un símbolo, algo en lo que la gente crea, alguien en quien poder
confiar para que luche contra toda esa injusticia, alguien que entienda que la
única manera de sentirse orgulloso de representar a este país sea cuando las
condiciones de vida de la población mejoren. Es necesaria una educación
constructiva, es necesario que los implicados en la construcción del Estado
sean personas coherentes, comprometidas, conocedores de la realidad.
Llegué a casa con sed, pero también pensando que es
posible, solo es necesario convencer a los más desfavorecidos de que no está
bien que un soldado muestre lo rico que es cuando la mayoría de la población
pasa hambre. Convenciendo a la mayoría se puede acabar con esa minoría
abusadora y desleal.