Salió Obama a dar su discurso con el rostro del que se sabe triunfador pero sin el más mínimo atisbo de arrogancia. Su plan renovador en el ámbito sanitario era algo que podía llevar al traste su mandato y quién sabe si su carrera política. Pero este hombre nació con una estrella que irradia y contagia por allí donde va y por todo lo que toca.
Con la serenidad y el carisma que lo caracterizan pronunció su discurso pausadamente, con aspecto cansado, pero con la satisfacción de haber conseguido algo que ninguno de los que lo habían intentado antes había logrado.
A su espalda, Joe Biden, salvaguardando en todo momento a su Presidente, deslumbraba con su impecable y hollywoodiense sonrisa. Se respiraba satisfacción, consecuencia del trabajo bien hecho, atrás quedaron horas de negociaciones y conversaciones y debates parlamentarios.
Obama tiene por fin su victoria doméstica, a la mayoría del resto del mundo ya nos tenía en el bolsillo.
En homenaje a su hito, me gustaría darle las gracias porque hoy la Tierra vuelve a estar en manos competentes, los lunares, que debido al exceso de exposición solar han manchado el planeta, se están difuminando y las preocupaciones que antes nos aterraban ya casi las hemos olvidado.
Es cierto que todavía hoy quedan asuntos por resolver pero también es innegable que la ciudadanía vuelve a creer en Estados Unidos, la que nos guste o no, es la nación más poderosa del mundo.
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