jueves, 16 de julio de 2015

Ngaba

Es en esta generación de congoleños donde hay que trabajar para cambiar la República Democrática del Congo. Esta foto fue tomada por uno de los niños de un orfanato en Ngaba a uno de sus compañeros. 
Decía Kapuscinski que en África el hombre controla el tiempo y no al revés como en Europa. En Londres y en todas las ciudades occidentalizadas del mundo el reloj marca nuestra vida, dependemos de él. Viajar por la República Democrática del Congo (RDC) te traslada en el tiempo, te transporta hacia atrás, hacia el principio de nuestro desarrollo. Adentrarte en el país fascina y muchas veces conmueve. Fascina la belleza de África, de sus llanuras, sus ríos, sus atardeceres rojos, sus gentes. Conmueve el aislamiento, la vida en comunidad el poder del ahora.

La miseria de la RDC no se muestra en hambruna, hay escasez pero no es crítica. La miseria de la RDC son las condiciones en las que una inmensa mayoría de la población vive. En la cadena que sigue a continuación se entiende por qué la esperanza de vida en Kinshasa es de 45 años. Ngaba es una de las zonas más pobres de la ciudad. Ngaba tiene lo que los británicos denominan High Street desde donde parte y se enreda la vida en la zona. La gente espera fuera de sus comercios, sentados bajo un habitual calor tropical mirando hacia la carretera. No es fácil pasear por Ngaba entre otras cosas porque el tráfico es aterrador, a cada lado de la carretera hay una zanja que hace de alcantarillado, abierta. En Kinshasa no hay recogida de basuras por lo que la gente tira todo a la calle, no hay donde depositar los residuos y lo habitual es acumularlos y después quemarlos. Esas zanjas, que en muchas ocasiones se convierten en una pasta casi solidificada de aguas negras, plásticos y basura en general desprende un olor terrible, te acostumbras, sí, pero hay que hacer un enorme sacrificio para que no se te tuerza el gesto en el primer momento.

Esa pasta, a veces líquida, a veces casi dura es un foco de infección y de mosquitos lo que aumenta las posibilidades de contraer malaria -entre otras cosas- de forma muy rápida. Es en ese ambiente dónde se desarrolla la vida comercial y social en Ngaba. Ver a un blanco ahí no es habitual, al entrar en sus tiendas y comprar, según lo locales, aumentas el caché, es una pena pensar que el blanco sigue teniendo esa influencia en la población africana.

La contaminación envuelve todo. Como no hay nada que regule las condiciones de los vehículos no importa el estado en el que se encuentren siempre y cuando caminen y cumplan su función. La mayoría de calles en Kinshasa no están pavimentadas, son de arena. Esa arena genera un polvo que se mantiene en suspensión que unido a la contaminación muchas veces convierte el aire en irrespirable.

No hay electricidad ni agua corriente. La suciedad de alrededor tiene un efecto doble ya que la población no tiene la posibilidad de asearse con asiduidad. La mayoría de la gente va en chanclas lo que hace que estén en contacto con las aguas negras y la basura de forma constante. Al no haber agua corriente las posibilidades de desprenderse de esa suciedad contraída durante el día son escasas por no decir nulas.

A pesar de todo la población actúa como si no fuera con ellos, no por dejadez es porque no les queda otro remedio. En ese mar de despropósitos hay pequeñas islas que convierten Ngaba en un lugar habitable para sus vecinos. Los niños sacan los televisores a la calle junto con las Play Stations para celebrar torneos de Pro Evolution. El que hace las uñas a las mujeres pasea advirtiendo de que se encuentra cerca con su característico ruido. Los mecánicos arreglan los destrozados coches en plena calle, los zapateros lustran el calzado. 

Ngaba está lleno de vida, de sonrisas, de ganas de vivir y es ahí donde hay que aferrarse para que no se pierda la esperanza y no se caiga en el desánimo. Es la alegría de vivir, la juventud lo que convierte a África en la esperanza de nuestro avejentado e injusto mundo.


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