martes, 19 de julio de 2011

Si Pericles levantara la cabeza

El político de hoy ha perdido el contacto con el ciudadano de a pie. Vive tan acostumbrado a un mundo artificial de coches oficiles, gente que les abre puertas, despachos impolutos, salas de conferencias llenas de gente como ellos, que han perdido la orientación de su trabajo y lo que es peor, piensan que todo lo anterior es lo normal.

En su Historia de la guerra del Peloponeso, el historiador griego Tucídides presentó su reconstrucción del elogio pronunciado por Pericles en el invierno del año 431/430 a. de C., en honor de los atenienses muertos en las primeras campañas de la Gran Guerra del Peloponeso.
Es esta una excelente descripción idealizada de la democracia ateniense en su esplendor.

"Nuestra constitución se llama democracia porque el poder está en manos, no de una minoría, sino de todo el pueblo. Cuando se trata de dirimir conflictos privados, todos son iguales ante la ley; si se trata de que una persona compita contra otra, para posiciones de responsabilidad pública, lo que cuenta no es la pertenencia a determinada clase, sino la verdadera capacidad. A ninguno, en tanto aliente dentro de sí entregarse al servicio del estado, se le margina en la oscuridad política por su pobreza. Y justo como nuestra vida política es libre y abierta, así es nuestra vida cotidiana en cuanto a las relaciones con los demás. No nos relacionamos con el vecino de al lado, si él prefiere estar consigo mismo; ni lo miramos de mala forma porque, aunque no cause ningún daño real, sí hiere sentimientos. Somos libres y tol­erantes en nuestras vidas privadas; pero, en lo que atañe a los asuntos públicos, nos ceñimos a la ley. Esto se debe a que la ley exige el más profundo de nuestros respetos.

Obedecemos a los que colocamos en posiciones de autoridad, y obedecemos las leyes mismas, sobre todo, aquellas que son para la protección de los oprimidos, y aquellas leyes no escritas de las que se sabe que causa vergüenza violarlas... Aquí, cada individuo se interesa no sólo por sus asuntos, sino también por los asuntos del estado: incluso aquellos que están más ocupados con sus propios negocios están muy bien informados de la política general, ésta es una peculiaridad nuestra; no decimos que un hombre al que no le interese la política sea un hombre que se concentra en lo que tiene que hacer; decimos que es un hombre que no tiene nada que hacer aquí.

Nosotros, los atenienses, tomamos, en nombre de nosotros mismos, nuestras decisiones de estado, o las sometemos a dis­cusión, pues no creemos que haya una contradicción entre palabras y hechos; peor es precipitarse a la acción, antes de ponderar adecuadamente las consecuencias... Así, pues, considerando todo en conjunto, declaro que nuestra ciudad es un ejemplo para Grecia, y además declaro que, en mi opinión, cada uno de nuestros ciudadanos, en todos los aspectos de la vida, es capaz de mostrarse como legíti­mo dueño y señor de su propia persona, y hacer esto inclu­so con excepcional gracia y excepcional competencia. Y, para demostrar que esto no es una jactancia vacía para la presente ocasión, sino un hecho real tangible, sólo tienen que pensar en el poder que nuestra ciudad tiene y que éste se ha logrado por las cualidades que he mencionado".

Si Pericles levantara la cabeza muy probablemente pediría con gusto que lo dejasen donde está. He aquí algunas de las razones por las que este griego preferiría seguir bajo tierra.
1. Se supone que en nuestras democracias el poder reside en el pueblo. Nada más lejos de la realidad cuando cada día escuchamos en las noticias y a nuestros políticos y a los de más allá, afirmar que debemos, por nuestro bien, tranquilizar a los mercados. Al final son estos los que deciden, aunque nos convoquen cada cuatro años para elegir a los que supuestamente deberían hacerlo.
2. Si es la verdadera capacidad la que rige las posiciones de responsabilidad pública, ¿por qué se inventó y luego aplicó la palabra enchufismo?
3. Si "en lo que atañe a los asuntos públicos, nos ceñimos a la ley", ¿por qué en Wall Street, ni siquiera uno solo de ellos ha pagado por todos los delitos que han cometido, después de masacrar y desnutrir las economías del mundo entero, a sabiendas de que hagan lo que hagan, el Estado va a intervenir? ¡Ah!, "la ley exige el más profundo de nuestros respetos", lo malo para nosotros, es que ellos respetan solamente su ley, la de acrecentar más y más su patrimonio.
4. Sobra decir que no obedecemos las leyes mismas ni aquellas no escritas, pues es para nosotros un héroe aquel que más trampas hace, veáse las declaraciones a Hacienda, y las no escritas no se obedecen, porque en este mundo de sálvese quien pueda, la vergüenza por hacer algo inmoral hace tiempo que quedó en un cajón con cerrojo.

Creemos que vivimos en una democracia cuando más bien estamos en la degeneración de una democracia. Se ha perdido el respeto hacia valores y señas de identidad que nos hacía mejores que los monos, con todo el respeto hacia esta especie.
Hemos confundido progreso con involución, de ahí que este sistema sea cada día un poco más caduco.

viernes, 15 de julio de 2011

De lastres y evolución



Viendo esta fotografía, en la que Obama dirige su mano a estrechar la mano ortopédica de un soldado que acaba de condecorar, se pueden apreciar varios aspectos que hacen que la instantánea cobre la fuerza que parece haber perdido ese brazo, al ser sustituida su mano original por esa mano gris.
Como en todos los eventos en los que participa Estados Unidos, hay una pieza clave que nunca falta. Su bandera los acompaña allá donde van. De todos los países de la Tierra nadie luce tan orgulloso este elemento representativo.

Dejando a un lado los detalles superfluos para algunos, para los norteamericanos está claro que no, en la imagen hay aspectos que no se ven, pero que están ahí.
La foto es la unión entre la evolución y los lastres que aún nos pesan.

Evolución porque esa mano negra es la del Presidente de Estados Unidos, he aquí un gran paso hacia adelante en la historia. El color de la piel va dejando de ser un problema. Ser el primero, generalmente es bueno, ser el primero en este aspecto abre un camino que hasta ahora parecía vedado y solo era posible acceder a él a través de la ficción hollywoodiense. Queda mucho camino por recorrer, pero este pequeño paso posibilita una apertura que hasta el momento de su elección parecía imposible.

La referencia a esos lastres con los que cargamos pesadamente consiste en el mero hecho de la condecoración. Es evidente que las guerras siguen vigentes en la actualidad, no hace falta aclarar todos los puntos del planeta donde la palabra guerra se encuentra muy presente. Es un lastre porque aunque la imagen desprende emotividad y heroicismo, a parte de amor a la patria, detrás de ella esconde una nube de muerte y destrucción. Esa imagen refleja la pulcritud militar con la que el soldado recibe su galardón pero detrás hay bombardeos, ciudades arrasadas, gente inocente que pierde su vida por el simple hecho de estar allí.

No se trata de ver el lado oscuro, se trata de analizar si en realidad merece la pena tal destrucción.