domingo, 10 de abril de 2011

Haz lo que quieras, eres libre

¿Qué tienen en común un loco, que ya no lo es porque acaba de salir del psiquiátrico, una prostituta de alto estanding que solo presta sus servicios a famosos y políticos de renombre y una señora mayor, bastante moderna, que padece una creciente adicción a las anfetaminas?

Los tres están sentados formando un triángulo en una mesa circular de un restaurante de lujo de la ciudad. Charlan tranquilamente sobre banalidades, nada de importancia. Los tres se quieren mucho, son una piña, siempre que hay un problema o algo que celebrar se reúnen y deliberan acerca de lo más conveniente para los tres.

El aspecto de los tres es saludable. Al loco no le ha quitado el sueño permanecer en un centro con cuenta al Estado, en el que el servicio es magnífico. La prostituta no se queja porque cobra un dineral por estar con unos señores que viajan mucho, los cuales muchos de ellos pagan sus servicios solo para hablar. La señora ha vivido todo lo que tenía que vivir, tuvo la suerte de que un multimillonario se enamorara de ella, y ella de él, ya que vivir cincuenta años con alguien que solo quieres por su dinero debe ser horrible.

Lo que tienen en común estas tres personas es que son familia, madre e hijos para ser más exactos. Los tres hacen en todo momento lo que quieren. El loco no responde a horarios, no le hace falta, contribuye a la humanidad con sus ideas que las plasma en texto y son vendidas a modo de libro de autoayuda. La prostituta, que ya desde pequeña veía negocio en todo, decidió que ya que le gustaba tanto el sexo porqué no sacarle partido, además siempre le atrajeron los hombres poderosos. A la madre, después de la muerte de su amado, no le quedaba nada más por probar y no concebía una vida sin su marido al lado, así que decidió hacer lo que siempre le atrajo, tomar drogas.

Estudiante

Al entrar en el edificio su cara se retorcía a modo de repulsa. Aquello no olía muy bien, literalmente. Cada vez que el aire corría a más de un kilómetro por hora removía el intenso olor a alcantarilla que había en el lugar. Había tres plantas en el inmueble y debía llegar hasta la tercera. En la primera no había ninguna vivienda, aunque al entrar se divisaban tres puertas, dos estaban destinadas a guardar los contadores de la luz y el agua. La tercera puerta supuso que era donde la señora de la limpieza guardaba a buen recaudo sus instrumentos, pensó para sí que la fregona debía llevar sin salir de aquel cuartucho dos años al menos, pues el suelo se veía bastante sucio.

El piso del recibidor era como el de un tablero de ajedrez, con baldosas blancas y negras. Con tan solo tres pasos se llegaba al primer peldaño de la escalera. La escalera era circular, de mármol, deslucido por la suciedad, pero de mármol. En aquel estado lo más conveniente era pegarse lo más al borde exterior posible, pues el espacio del escalón disminuía a medida que se acercaba al eje central de la escalera.

Subió y alcanzó la segunda planta, no sin un gran esfuerzo. Oyó ruido tras una de las puertas. Doña Ramona la pobre se aburre, pensó. Aquella señora enjuta, de cabello gris, con gafas de culo de vaso y bastón, no se perdía una. Hizo colocar la mirilla de la puerta a la altura de su ojo, lo que hacía que su ventana al mundo estuviera en mitad de la puerta. Eso sí, pagaba a un joven que mantenía el rellano rebosante de vitalidad. Aquello era como un jardín botánico pero en miniatura. Al llegar allí el olor a alcantarilla desparecía sustituido por un olor a jazmín que era una delicia cuando subías de noche.

Tras pasar el amazonas de Doña Ramona, quedaba el último tramo. Había deseado aquello desde hacía muchas horas. Aquel rectángulo de noventa por uno ochenta aguardaba horizontalmente su llegada. Ni siquiera se desvistió.

sábado, 9 de abril de 2011

En un lugar de Canarias


No hay tarde de verano más placentera que la que acontece en la playa de Benijo. El mar del norte, que rompe contra la costa con una furia desmedida, golpea suavemente las rocas en estos meses. Sube y baja en un vaivén que desprende absoluta tranquilidad. Su inaccesibilidad la convierte en una playa alejada de turistas mediocres, allí solo se acerca gente que de verdad siente la naturaleza, además de surfistas. Está flanqueada por dos enormes rocas, cada cual con formas absolutamente reconocibles. La primera que te encuentras al bajar el sendero, las dos se aprecian desde arriba, tiene forma de castillo, de fortificación medieval. Su color negro la hace aún más enigmática. Solo se puede acceder a ella cuando hay mareas largas que hacen que en un solo día haya una diferencia entre la marea alta y la baja de unos treinta metros, quizá más. Cuando llegas allí, después de atravesar una playa de arena negra, parece que el tiempo se ha detenido. La roca se verticaliza en uno de sus extremos a modo de torre de vigía. Cuando te encuentras en la playa y miras hacia su parte superior da la sensación de tener un águila posada en su parte más alta. Recuerda mucho al águila de la bandera alemana. Es como si vigilara todo lo que acontece en la playa a modo de socorrista estático. Justo paralela a esta pero en el otro extremo de la playa se haya la otra roca. Esta recuerda mucho a la torre Agbar de Barcelona. La erosión del tiempo parece haberla dibujado de esta forma voluntariamente.